Moreno y sin gana alguna de ordenar el caos en el que se ha convertido mi casa tras mi regreso, me siento ante el ordenador para contar un gran viaje, un par de reflexiones y recomendar la visita a un país increíble como es Filipinas.
Filipinas debería ser un país de obligada visita para todo el mundo. En este segundo viaje visité Boracay y Coron. La primera con una larga y preciosa playa a lo largo de la cual se desarrolla gran parte de la vida de la isla. Bucear, montar en moto acuática o simplemente yacer en la arena acompañado de un gélida cerveza son algunas de las múltiples actividades que pueden realizarse por el día. Por la noche, la mejor opción sin duda es un poco de fiesta después de haberse puesto las botas tomando marisco (a un precio de broma) en el mercado de Talipapa. Yo opté por comenzar a sacarme el certificado de buceador en aguas abiertas, lo que resultó ser una de las mejores ideas que he tomado en mucho tiempo.
Después de Boracay, y tras un turbulento viaje en barco con un filipino, que a la postre resultó ser un valiente hijo de puta que nos jodió un par de días e intentó timarnos (sin mucha suerte menos mal), llegamos a Coron, pueblo cuyas dos principales atracciones son el buceo y alquilarse un barquito para pasar el día viendo corales y nadando en aguas cristalinas. Tuve la suerte de poder disfrutar con una impresionante inmersión que me llevó dentro de un cargo japonés hundido de la WWII, una de las cosas más impresionantes que he hecho hasta la fecha.
De Filipinas volé, esta vez sólo, a la región especial china de Macao, donde pasé una noche y medio día. Curiosa ciudad que, al haber sido colonia Portuguesa, hace que de vez en cuando te creas que estas de escapada de fin de semana en la capital lusa. a la mezcla hay que añadir un poco de Las Vegas ya que la cantidad de casinos en esta ciudad es apabullante. Fue estando en Macao donde me enteré de la muerte de Bin Laden.
No deja de sorprenderme, y darme miedo, que la ejecución de una persona (sea quien sea) pueda causar alegría y júbilo. Si a eso le añadimos el hecho de que no fue ejecutado tras un juicio (tomando la decisión un juez), la operación se realizó en territorio soberano Pakistaní sin ningún tipo de consentimiento por su parte, la cosa cada vez da más miedo. Se ha instaurado el todo vale, Estados Unidos ha cerrado el circulo que un día abrió entrenando Bin Laden, que a la postre les salió rana (como tantos otros). Mención aparte merece el cada vez más "merecido" Nobel de la paz de Obama, premio, por otro lado, que carece de cualquier tipo de dignidad desde que lo recibió Henry Kissinger. Como apunte final pego una frase de la reacción de Noam Chomsky ante la muerte de Osama Bin Laden: "Podemos preguntarnos cómo sería la reacción si los comandos iraquíes aterrizaran en el rancho de George W. Bush, lo asesinaran y tiraran su cuerpo al Atlántico".
Siguiente parada Hong Kong. Mi segunda visita a Hong Kong (la primera fue tras el terremoto) fue, esta vez si, exclusivamente turística. En mi opinión Hong Kong es una ciudad más para ser vivida que para ser visitada, estéticamente no destaca especialmente y sus puntos fuertes se reducen casi a contemplar la enorme cantidad de rascacielos desde el "Peak" o ver el skyline desde "Kowloon". Sin embargo, a la hora de vivir en Hong Kong (hablo también a través de mis compañeros viviendo allí) todo son facilidades, con inglés llegas a cualquier lado, gran oferta culinaria y de fiesta, aunque a veces un poco escasa de variedad. Eso si, es una ciudad perfecta si te gusta la vida de ejecutivo agresivo. Para cerrar un par de semanas fantásticas que mejor final que alquilar un barco entre 30 personas, ponerse el bañador, compra cerveza en abundancia e irse de "Junkboat party", otra de las cosas que sólo en Hong Kong se pueden hacer a un precio tan asequible como 15 euros por cabeza.
Cuando comencé el viaje, Tokio comenzaba a recuperar su blues característico, aquél blues que le fue arrancado por un terremoto, un tsunami que asoló la prefectura de Miyagi, al norte de la ciudad y una posterior alerta nuclear y que convirtió esta gran urbe en un mar de especulaciones aderezado por medias verdades, decisiones erróneas, comentarios desafortunados e intereses políticos y económicos. Ahora de vuelta en Tokio, me agrada ver que la ciudad ha recuperado su blues, si bien es y seguirá siendo un blues desgarrado por tantas victimas y tanto sufrimiento. Sinceramente no soy defensor de pedir donaciones a cuentas bancarias abiertas para recaudar fondos, más bien soy un poco detractor puesto que creo que es el Gobierno y el Estado los que se encuentran en la obligación de salvaguardar a sus ciudadanos. Sin embargo, lo que si que pido (una de las mejores maneras de ayudar a este país y esta ciudad) es que no cese el turismo, qué mejor manera de ayudar a este maravilloso país que visitándolo, conociéndolo, comprendiéndolo, y porqué no ayudando de paso a un sector tan importante como es el turismo. No existe ningún peligro para la vida del turista que decida venir y como ya sabéis, las puertas de mi casa están abiertas.